“Siempre nos queda París”, es una frase universal cuando se trata de visitar esta enigmática ciudad. Dividida por la magia del río Sena, su arquitectura y el arte inmerso en cada rincón, la convierte en una de las mejores ciudades del mundo que vale la pena visitar más de una vez.
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La Torre Eiffel o el Museo de Louvre, en definitiva, son lugares icónicos para conocer la ciudad, pero como es costumbre, París aguarda lugares secretos que terminan de conformar el verdadero alma de la ciudad.
Montmartre, rincón parisino
Montmartre es el barrio más bohemio de París, decenas de artistas se encuentran por doquier; pintores, cantantes, músicos, bailarines. La aventura comienza al llegar a este lugar. Su colina más alta está a 130 metros y son sus callejones -que suman 197 escalones empinados y estrechos-, los que te llevan a la cima, blanca y redonda, la gran cúpula de la Basílica del Sagrado Corazón.
Nada como ver a París a la altura de tus ojos. En tu cabeza está el cielo y en tus pies un parque que se degrada paulatinamente y termina en la vista panorámica más espectacular del lugar. Un camino que se abre en dos con más escaleras que pisar.
A lo lejos se ve una puerta azul, con el número 54 en el umbral, al lado izquierdo está una placa que anuncia que esa fue la casa donde Vincent Van Gogh vivió con su hermano Theo, en su paso por París en este barrio.
Sigues bajando calles encontrando más restaurantes con una vasta oferta de escargots (platillo que en definitiva, no puedes dejar pasar) y mercados de frutas y verduras, heladerías y cafeterías muy francesas que vuelven auténtico a este barrio, de repente en alguna calle a la derecha te encuentras con el centro nocturno más icónico del lugar, el Moulin Rouge.
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Finalmente, la vida nocturna ya sea con una copa de vino o una cerveza, es el cierre perfecto para quedarte con el mejor sabor de boca del barrio imperdible de París, Montmartre.
Nota escrita por Katy Castro Guzmán